Heidegger y el Origen de la Obra de Arte.

Autor: Ricardo Mazón Fonseca.
Género: ensayo.

El Origen de la Obra de Arte fue una conferencia dictada el por el pensador alemán Martin Heidegger el 13 de noviembre de 1935 en la Universidad de Friburgo. Posteriormente, repitió en enero de 1936 dicha conferencia en Zurich. Meses después la amplió en Frankfurt, organizándola en tres alocuciones (la cosa y la obra, la obra y la verdad y la verdad y el arte).  Varios años después, apareció publicada con la añadidura de un epílogo  en 1950 dentro de una colección de textos heideggerianos que se tituló Caminos del Bosque.[1] Posteriormente fue publicada autónomamente en 1952. En 1960 fue reeditada por la Editorial Reclam ya con un prólogo  escrito por su destacado discípulo Hans Georg Gadamer. En México, la versión de 1952 fue publicada por el Fondo de Cultura Económica en 1958 junto con su otra conferencia de corte estético Hölderlin y la esencia de la poesía (pronunciada unos meses después en 1936) en una edición titulada Arte y Poesía, de la cual estuvo a cargo el prestigioso filósofo mexicano Samuel Ramos.[2] En 1996 esta conferencia también fue traducida por Arturo Leyte y Helena Cortés para la edición castellana de Caminos del Bosque de Editorial Alianza.
Esto es lo relativo a la confección de dicha obra. Vayamos ahora a su estructura y contenido. Como ya se esbozó, el ensayo que compete a este trabajo, consta de cuatro bloques: 1) la cosa y la obra, 2) la obra y la verdad, 3) la verdad y el arte, 4) el epilogo. El objetivo de dicha conferencia fue abordar la pregunta por la esencia del arte, tomando como punto de partida el planteamiento circular de que la obra de arte y el artista se dan origen mutuamente y de que la obra de arte es una cosa confeccionada que revela lo otro y, por lo tanto, es alegoría y símbolo.[3]  
Heidegger analizó la naturaleza de lo que es una cosa (la cosidad, lo cósico).
Cosas son tanto lo que identificamos como objetos (un jarrón o una fuente), como la leche o el agua. Es decir, cosas son los entes, aquello que no es nada.  Las obras de arte, serían cosas.  En sentido estricto cosas son lo inanimado de la naturaleza y del uso.  Nos resistimos en algo a llamarle cosas a otros vivientes y al hombre. Ahora bien, las cosas son tanto aquello que es evidente a la vista y que es su núcleo ( hipokeimenon, la substancia) como sus propiedades (simbebekós,  los accidentes).  Eso fijó la interpretación occidental del ser. Incluso subordinamos nuestras sensaciones a nuestro mundo conceptual de cosas. Por ejemplo, antes que escuchar un ruido, escuchamos un motor de Mercedes (y lo distinguimos de otro motor). Esta experiencia de las cosas, en un principio, fue insólita, asombrosa. 
Ahora bien, hay una tercera acepción de cosa que es la hilemorfista (que entiende a la cosa como un vínculo entre materia y forma).  Esta última acepción permite preguntar sobre lo cósico que hay en la obra de arte, son la base toda teoría del arte y posiblemente  el hilemorfismo derive de la esencia misma de la obra de arte. Así, pues, la piedra sería la materia y la forma los rasgos  (distribución y ordenamiento del espacio) que modelan esa materia como una escultura.
Dentro del mundo de las cosas, el “útil” comparte una característica con la obra de arte: es creado por el hombre. Pero se diferencian básicamente ambos en que el útil tiene una utilidad y la obra de arte tiene una presencia autosuficiente que no tiende a nada. En ese sentido la obra de arte se parece a las meras cosas. Así pues, ésta (la obra de arte) está en un camino intermedio entre la mera cosa y lo útil.  
Pero, para tener una mejor experiencia de la obra de arte, Heidegger decide no atenerse a una teoría filosófica sobre éste, sino a la experiencia misma de la cosa. Selecciona entonces una producción artística concreta que fue una pintura de Van Gogh llamada Un par de zapatos.[4]
 Heidegger ve en esa obra el calzado de una campesina, la cual es trabajadora, pobre, fatigada. Claro que esos zapatos muestra el ser de lo útil, pero también revelan lo que el útil en verdad es, el estado de no ocultación de su ser (aletheia): la entrega a la llamada de la tierra, el temor por la seguridad del pan, el palpitar ante la llegada del hijo y  el temblar ante la inminencia de la muerte. No obstante, Paul Gauguin testificó que esas botas eran del propio Van Gogh, quien en su juventud las usó para ir a Bélgica a predicar el evangelio en las fábricas. Durante esa labor, hubo una  explosión. Van Gogh cuidó a un minero durante cuarenta días. Éste sobrevivió milagrosamente, gracias a los cuidados del artista y la intervención de Cristo. Tales botas representaban para él a Jesús y su presencia profunda en cada persona.[5]  No obstante lo anterior,  Heidegger le dio a esa pintura su propia interpretación.
La esencia de la obra de arte tiene que ver entonces con la verdad y no con lo bello solamente, muestra que el arte es esa revelación del ente, de la esencia general de las cosas y no una mera imitación de la naturaleza, como reproducción de un ser individual. Esto lo expresó así Heidegger: “La obra de arte abre a su modo el ser del ente. Esta apertura, es decir, el desentrañar la verdad del ente, acontece en la obra. En la obra de arte se ha puesto en operación la verdad del ente. El arte es el ponerse en operación la verdad”. [6]
Pero para Heidegger no importa mucho la historia de las botas que pintó Van Gogh. Para el filósofo, es artista se algo indiferente ante la obra, es un conducto de la producción que se destruye a sí mismo una vez acabada la obra. Por ende, las obras deben de hacerse accesibles al gozo artístico colectivo e individual. Y es que, es inherente a la obra la relación con su espectador. El ser-obra de la obra se da en la apertura de la obra hacia alguien que la contempla, ahí es donde su verdad emerge. “La obra descollando sobre sí misma abre un mundo y lo mantiene en imperiosa permanencia”.[7]
En el mundo nos creemos en casa, dependemos de él, es lo siempre inobjetivable, está relacionado con la libertad, no sólo a nivel individual, sino también en el contexto del destino histórico de un pueblo. Por ende pertenece al establecimiento de un mundo y la hechura de la tierra (es decir, se encubre a sí misma, encubre haciendo sobresalir, es un empuje que tiende a la nada).  En concreto los dos rasgos esenciales de la obra de arte son estos dos: el establecimiento del mundo y la hechura de la tierra. Los dos tienen un dinámica de lucha entre uno y la otra (entre el mostrar y el ocultar). Esta ocultación puede ser tanto una negación, como un disimulo. La desocultación del ente, es decir, la verdad, es un acontecimiento (no se ni una propiedad de las cosas, ni de las proposiciones).
En la obra está la operación de la verdad y no sólo una verdad. Entre más sencillo el objeto representado en la obra, más llamativamente se hace más ente todo existente. Se alumbra el ser que se autooculta, la luz pone brillo en su obra. Esa luz es la belleza.  La belleza es un modo de ser de la verdad.
Otro aspecto que caracteriza a la obra como obra es el ser creada: “En tanto que la obra es creada y la creación necesita un medio de crear y en qué crear, sobreviene lo cósico en la obra”.[8]
La creación de la obra requiere la acción manual. Los grandes artistas aprecian la acción manual, el dominio en el oficio (tékne). Esta es la virtud de la esencia de la creación.  La tékne es un saber que lleva a la verdad.  Y:
la verdad sólo acontece cuando se instala en el campo de la lucha patente por acción de ella misma. Puesto que la verdad es la oposición entre el alumbramiento y ocultación, pertenece a ella lo que aquí se llama instalación […] La instalación de la verdad en la obra es la producción de un ente tal que antes todavía no era y posteriormente nunca volverá a ser. La producción por consiguiente coloca a este ente en lo manifiesto, de tal manera que únicamente el producto alumbra la patencia de lo patente en que se produce. Cuando la producción trae consigo la apertura del ente, la verdad, el producto es una obra. Tal producto es la creación. Este traer es un recibir y extraer dentro dentro de la relación con lo no encubierto […] La verdad  se arregla dentro de la obra. La verdad existe sólo como la lucha entre alumbramiento y ocultación, en la interacción de mundo y tierra. La verdad se arreglará en la obra como esa lucha de mundo y tierra.[9]
Ahora bien, Heidegger al concebir la obra de arte como ser-criatura, ésta necesariamente requiere de contemplación, la  cual, también es un saber con grados de claridad y  alcance, coproducido por la obra misma,e implicando una desgarradura. Al respecto dice el filósofo alemán:
La contemplación de la obra no aísla al hombre de sus vivencias, sino que las inserta en la pertenencia a la verdad que acontece en la obra, y así funda el ser-uno-para-otro y el ser-uno-con-otro como el histórico soportar el existente (dasein) por relación con la no-ocultación. Sobre todo el saber en la manera de contemplar, está enteramente lejos de aquella habilidad de conocer, sólo por el gusto, lo forma de la obra, sus cualidades e incentivos, precisamente porque la contemplación es un saber. El haber visto es un estar  decidido; es estar dentro de la lucha que la obra ha encajado en la desgarradura.[10]
Por último  Heidegger aborda un último elemento que caracteriza al arte, que éste es esencialmente Poesía (con mayúscula). Él cree que la verdad como alumbramiento y ocultación del ente acontece al poetizarse, la Poesía lleva al ente hacia lo abierto. El arte es un poner-en-obra-la-verdad, su esencia es la Poesía, y con ésta la instauración de la verdad. La verdad se instaura en la contemplación, impulsa lo extraordinario, es comienzo. Así pues las artes (pintura, escultura, arquitectura, música) se reducen al poetizar, “la Poesía es el decir de la desocultación del ente”[11]. Está pensada en unidad esencial con el habla y la palabra, el lenguaje mismo es Poesía en un sentido esencial.
Finalmente en  el epílogo  de su ensayo, Heidegger declara que el arte es un enigma.  Ese enigma es la estética. Ella trata de la vivencia de la obra de arte. En tal vivencia muere el arte.   No obstante, en este morir, ve una coincidencia, que es polémica: “En el modo como el ente es real para el mundo occidental se oculta una coincidencia peculiar de la belleza con la verdad. A la transformación esencial de la verdad corresponde la historia de la esencia del arte occidental”.[12]

Conclusiones


La comprensión de la obra de arte parte de un pensamiento circular (entre el arte producido por el artista y el artista producido por el arte) que, en Heidegger no es algo negativo, sino es más bien una condición propia del conocimiento.[13] Finalmente el arte es el origen de ambos (del artista y la obra de arte).[14] Por ende, el arte domina al artista como una fuerza superior que somete al creador a sus designio. Heidegger le da prioridad a la obra sobre el artista, pues ésta una vez que el artista la terminó cobra una especie de autonomía. La obra de arte es considerada como un ente y es reflexionada desde la tradición filosófica en torno al ser, pero con la interpretación heideggeriana sobre éste. Heidegger la asocia con su visión de la verdad, como apertura desde el sujeto a la experiencia  e interpretación del ser. La obra de arte pone en operación la verdad, la instaura, establece un mundo, es libre, tiene un brillo. Es una vivencia que es apertura, es decir, que abre a nuevas interpretaciones de la realidad a partir de lo que se representa en la obra de arte.  Además, se caracteriza por  ser bella,  extraordinaria,  desgarradora,  enigmática, posee una materia y una forma (la primera apela a sus elementos  perceptibles, la segunda a sus elementos ordenadores),  es simbólica y alegórica, oculta y muestra, por ende “hace tierra”, es lucha entre lo que se muestra y oculta;   al ser una creación, no sólo requiere un creado, sino que cobra una cierta autonomía en su ser, aunque, paradójicamente necesita un contemplador, cuya contemplación es trazada por la obra misma. Ella es un ente en relación.  La creación y la contemplación son saberes.   En tanto que creación la obra privilegia la destreza manual del artista  y la producción (oficio, tékne).   Es Poesía, porque ilumina, da armonía, comunica, es decir del mundo, desocultación del ente, pone en obra, es lucha, hace del hombre el existente (Dasein) que proyecta su futuro históricamente y su relación con la interpretación del mundo (la verdad). Luego, el arte es social e histórico.[15]  La Poesía es la categoría en la que se sintetiza todo el discurso, todo lo dicho por Heidegger.
La visión de Heidegger del arte es interesante y polémica. Está circunscrita a su visión e interpretación personal de la historia de la Filosofía. Una corriente de la Filosofía llamada Filosofía Analítica ha criticado la propuesta de Heidegger por estar llena de juegos de palabras que no aclaran su sentido y pseudoproblemas. Creo que esta crítica aplica para muchas partes de la obra, para conceptos tales como “patencia de lo patente”, “el ser obra de la obra”, etcétera. No obstante, tampoco quiero sugerir que toda su propuesta sea un sinsentido, ni carezca de validez.  Se puede rescatar que el arte es una producción humana social e histórica relacionada con la belleza y la producción de obras bellas que refleja -directa o indirectamente- la concepción de mundo del artista. También es incuestionable de que el arte es simbólico y que comunica.   Sin embargo,  no todas las características que atribuye al arte Heidegger pueden aplicar en su totalidad al fenómeno.
Otto Pöggeler señala que el análisis del arte que hace Heidegger es romántico, no es crítico con la situación por las circunstancias políticas de su época,  e ignora el contexto del mundo técnico contemporáneo que explica al arte contemporáneo. Si hace una filosofía del arte, ésta no aplica para el arte actual.[16]  F.W. von Hermann señala, que no obstante la propuesta heideggeriana no funcione con el arte contemporáneo, si sirve para analizar el arte antiguo y el del siglo XIX.  Tampoco contempla Heidegger en su modelo de arte a las artes menores y No obstante, David Sobrevilla señala que el valor del ensayo sobre el arte de Heidegger encierra el valor de una filosofía del arte que más que ofrecer respuestas certeras, brinda preguntas a reflexionar, en especial la pregunta por el origen de la obra de arte. También propone ciertas líneas positivas en la reflexión estética, como 1) la reflexión  sobre la obra de arte como algo más que un simple objeto, 2) la distinción entre el acto productivo y receptivo del arte. Es interesante que Heidegger no reflexiona sobre una categoría muy arraigada en la reflexión sobre el arte que es la de lo sublime, aunque según Mauricio González, esto (el pensamiento sobre lo sublime) aparece tácitamente en conceptos del ensayo de Heidegger, tales como: el erigirse, el levantarse, el combate, el poder, la violencia, el choque, lo desmesurado, lo monstruoso, lo terrible, lo no familiar, el desnudo, lo alto, lo profundo, el arte como límite entre la tierra y el mundo.[17]
A continuación haré algunas reflexiones al respecto.  Que el arte y el artista conformen un círculo indisoluble es algo que se ha roto con los avances y aplicaciones de la computación.  Hoy en día se han diseñado algunos algoritmos que hacen cuentos o piezas musicales, produciendo una experiencia estética en el espectador, sin la necesidad de que haya un artista. Por otro lado,  el  que sea luminoso se tiene que precisar. Si esto se entiende como que el arte siempre abre a sentidos nuevos a nuestra experiencia, a emociones que desata, se puede aceptar, pero que el arte siempre tenga que tener luz y armonía va en contra de propuestas artísticas que apelan a una expresión estética a través de la oscuridad y la desproporción (el arte gótico, las vanguardias literarias y pictóricas).  Tampoco el arte es considerado inútil por todos los artistas. El arte soviético, por ejemplo, consideraba que éste tenía una función social y una utilidad. Tampoco importa tanto que el arte sea oficio, pues en el arte conceptual no importa éste sino el concepto que se transmite.
Lo anterior podría hacernos pensar que la visión de la verdad del  arte es algo que se puede conservar y aplaudir de la propuesta heideggeriana.  Así lo piensa también  David Sobrevilla.[18] Lo anterior privilegia la intención de dar sentido a un mundo sobre las otras intenciones que pueden tener los artistas.  Algunas corrientes pueden privilegiar incluso la transmisión perceptual de una emoción y no una interpretación del mundo. El arte no significa igual para los artistas, ni para los espectadores. Aunque es social en algunas concepciones, modas y datos, tampoco es un fenómeno abrumadoramente homogéneo. Sobre dicho asunto no ofrece claridad el ensayo heideggeriano. Así pues, el mayor valor que tiene este texto es que es un pretexto para pensar el fenómeno del arte.  

Bibliografía


Martin Heidegger, Arte y Poesía, tr.  Samuel Ramos, Edit. FCE, México, 2014.
Michael Inwood, A Heidegger Dictionary, Edit. Blackwell Publishing, Gran Bretaña, 2004.
David Sobrevilla, La Obra de Arte según Heidegger  (en http://www.revistas.unal.edu.co/index.php/idval/article/viewFile/29181/29435 ).
Mauricio González, El silencio de lo sublime en el origen de la obra de arte (en:




[1] Michael Inwood, A Heidegger Dictionary, Edit. Blackwell Publishing, Gran Bretaña, 2004, p. X y XII, y cfr.
http://www.revistas.unal.edu.co/index.php/idval/article/viewFile/29181/29435  (consultada el 31 de mayo del 2014).
[2] Martin Heidegger, Arte y Poesía, Edit. FCE, México, 2014, p.p. 124.
[3] Ibid., p. 35-38.  Dice Heidegger: “El artista es el origen de la obra. La obra es el origen del artista. Ninguno es sin el otro”.
[4] Esta obra fue hecha  al óleo, experimentando con tonos marrones, por Vincent Van Gogh en 1886  en París, en su estudio, a la edad de 33 años. Heidegger la vio en Amsterdam en 1930 en una exposición museográfica de obras de dicho pintor. Cinco años más tarde la uso como motivo para reflexionar sobre la esencia del arte. De ahí en adelante, se convirtió en una referente para reflexionar sobre la función del arte, el valor de la interpretación y la existencia entre filósofos e historiadores del arte. Meyer Schapiro, Jacques Derrida, Ian Shaw y Stephen Melville.  Cfr. http://bitnavegante.blogspot.mx/2009/09/las-botas-de-vincent-van-gogh.html (consultado el 2 de junio del 2014).
[6] Martin Heidegger, Arte y poesía, Edit. FC E, México, 2013, p. 60.
[7] Ibid., p.65.
[8] Ibid. P. 78-79.
[9] Ibid., p. 84.
[10] Ibid., p. 91.
[11] Ibid., p. 97.
[12] Ibid., p. 104.
[13] David Sobrevilla, La obra de arte según Heidegger.
[14] Heidegger, op. Cit., p 80.
[15] Ibid., p. 98-99.
[16] David Sobrevilla, La obra de arte según Heidegger.
[18] IBidem. 

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